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Foto: Aleitia
Los retos de monseñor Luis José Rueda como nuevo cardenal de Colombia
Por: Germán Cárdenas González
La Iglesia Católica en el mundo actual subsiste a pesar de la crisis de fe de las sociedades contemporáneas, de la pérdida de poder político por el advenimiento de constituciones laicas y, sobre todo, de los escándalos al interior del clero cuyo cenit de gravedad lo constituyen los abusos sexuales de sacerdotes y obispos, especialmente contra menores de edad.
En Colombia el escenario es tal cual lo he descrito, pero adicionalmente, como en otras latitudes, el vínculo católico con la política ha pasado de una hegemonía conservadora hasta la mitad del Siglo XX, a una repartición de tendencias ideológicas de posguerra mundial que bajo el marco del principios católicos, universales, han ido desde la extrema derecha intolerante y retrógrada hasta la Teología de la Liberación de la extrema izquierda que produjo, inclusive, curas guerrilleros como Camilo Torres, el criollo, o los importados de España como Domingo Laín o Manuel Pérez; violentos de las extremas con el evangelio y el Santo Rosario en las manos.
Es claro que una entidad otrora poderosa sufra ahora las consecuencias de la orfandad definitoria en asuntos de Estado y los mantos que cubrían sus excesos, como los de todos los poderosos, se levantan y salen tras de sí muchos olores nauseabundos de pecados delictuosos cometidos por unos y tolerados por otros, dejando como rastro una reducción injusta pero inevitable sobre el papel de los católicos en la historia.
Es claro que a los enemigos de la fe cristiana, y de las congregaciones católicas en particular, no les importa la justicia para las víctimas sino la destrucción de la Iglesia; sin embargo, la gravedad de comportamientos como la pederastia hacen que el análisis ideológico pase a segundo plano para visibilizar a las personas afectadas en cualquier época y que puedan obtener justicia.
Comprendido entonces que no se trata de ocultar estos crímenes sexuales -y otros- cometidos por miembros del clero, es pertinente resaltar el papel que ha tenido la Iglesia Católica en los procesos de paz en Colombia, en la mitigación de la pobreza en muchas regiones y en la trasformación real de vidas humanas que pasaron de la oscuridad a la luz gracias al mensaje evangélico llevado con transparencia y honestidad por muchos sacerdotes y jerarcas alejados de cualquier abuso o violencia.
Colombia ha sido escenario de un prolongado conflicto armado que ha dejado profundas cicatrices en la siquis de su sociedad. Durante décadas, el país ha lidiado con grupos guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes que han causado innumerables víctimas y desplazamientos forzados. En medio de este contexto, la Iglesia Católica ha desempeñado un papel significativo en los esfuerzos de construcción de paz y reconciliación.
En el escenario convulso de la historia reciente de Colombia, donde la violencia y la pobreza han dejado profundas huellas, la Iglesia Católica ha emergido como un actor clave, desempeñando un papel significativo tanto en los procesos de paz como en la mitigación de la pobreza. Con una voz que ha resonado en las comunidades más vulnerables del país, la Iglesia ha demostrado su compromiso con la construcción de un camino hacia la reconciliación y la justicia social.
Desde los acercamientos con diferentes grupos armados hasta el apoyo a las víctimas del conflicto, la Iglesia ha ofrecido su presencia cercana y su capacidad para tender puentes. Durante el histórico proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la Iglesia Católica se destacó por su labor en la Mesa de Diálogos de La Habana, acompañando a las partes en un esfuerzo por alcanzar acuerdos que condujeran a la desmovilización y la reinserción de los combatientes a la vida civil. A través de la Conferencia Episcopal de Colombia, los obispos emitieron mensajes de apoyo y esperanza, llamando a la sociedad a ser constructora de paz.
Además de su participación en la mediación, la Iglesia Católica ha sido un refugio de esperanza y consuelo para las comunidades afectadas por la violencia. Sus sacerdotes y religiosas han permanecido en zonas rurales y urbanas afectadas por el conflicto, brindando acompañamiento espiritual y material a las víctimas, y defendiendo incansablemente sus derechos y dignidad.
La pobreza también ha sido un flagelo persistente en Colombia, afectando a millones de personas que luchan por satisfacer sus necesidades básicas. Ante este desafío, la Iglesia Católica ha enfocado sus esfuerzos en programas y proyectos que buscan aliviar la pobreza y promover la justicia social. A través de organizaciones como Cáritas Colombiana, la Iglesia ha implementado proyectos de desarrollo comunitario, asistencia humanitaria y formación técnica en áreas rurales y urbanas desfavorecidas. Estas iniciativas han tenido un impacto directo en la mejora de las condiciones de vida de quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad, proporcionando oportunidades para el empoderamiento y el desarrollo integral.
Además, la Iglesia Católica ha sido una voz constante en la denuncia de las desigualdades sociales y la exclusión de los más pobres. Sus líderes religiosos han instado a las autoridades a tomar medidas concretas para erradicar la pobreza y promover políticas públicas inclusivas que garanticen el acceso a servicios básicos, educación y salud para todos.
En un país donde la reconciliación y la lucha contra la pobreza son desafíos cruciales, la Iglesia Católica ha demostrado su capacidad de influir positivamente en la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Su papel como mediadora en los procesos de paz y su compromiso en la mitigación de la pobreza han sido fundamentales para brindar esperanza y alentar el camino hacia un futuro de paz y prosperidad para todos los colombianos.
Sin embargo, el camino no ha estado exento de desafíos y críticas. Algunos sectores han cuestionado la imparcialidad de la Iglesia en su papel como mediadora y otros han pedido una mayor profundización en su compromiso con la erradicación de la pobreza y la promoción de la justicia social. No obstante, la labor de la Iglesia Católica en Colombia sigue siendo un faro de luz en medio de la oscuridad. Con una mirada puesta en el bienestar de las personas más vulnerables y una voluntad de trabajar por la paz y la justicia, la Iglesia continúa siendo un agente activo en la construcción de un país más humano y fraterno. Su presencia sigue siendo una fuente de inspiración y esperanza para todos aquellos que sueñan con un futuro de paz y prosperidad para Colombia.
Diversos sectores, incluso no católicos ni religiosos, han dado la bienvenida a Monseñor José Luis Rueda porque su liderazgo ha estado siempre en función de la reconciliación, la tolerancia y la fraternidad sin discriminaciones, llevando el mensaje cristiano en la práctica sin fundamentalismos, pero con un amor humano a toda prueba. En sus manos la Iglesia Católica colombiana seguirá liderando la paz y la justicia, en medio de los retos que día a día enfrenta.