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Fotomontaje: Gilberto Rodríguez Orejuela y Pablo Escobar Gaviria
Por: Germán Cárdenas González
En 1977 Millonarios jugó un partido amistoso contra la poderosa selección de Brasil encabezada por Zico y su corte. El entonces técnico del equipo bogotano, el antioqueño Gabriel Ochoa Uribe, tenía un problema serio: su lateral titular, Arturo Segovia, estaba lesionado y no había en el banco una opción responsable para enfrentar a la entonces escuadra futbolera más temida del mundo; no quería el médico Ochoa, obsesivo y ganador, pasar una vergüenza frente a los entonces tricampeones mundiales y optó por llamar a los amigos para resolver el problema. ¿Amigos, se preguntarán los milenians y posteriores generaciones? Sí, llamó a los amigos de Atlético Nacional.
La petición, insólita como muchas de las acciones del técnico más ganador de la historia del rentado nacional, fue por un lateral derecho del cuadro verde paisa llamado Gerardo Moncada, un potente defensor al que en Medellín le decían “el alemán” por su cabello rubio rizado. Sí, lean bien, el técnico albiazul les pidió a las directivas verdolagas que le prestaran a Moncada para jugar contra Brasil, exclusivamente, petición que fue atendida favorablemente tanto por el presidente Hernán Botero Moreno -a la postre, el primer colombiano en ser extraditado a Estados Unidos por lavado de dinero producto del narcotráfico- y por el entrenador, el inolvidable argentino Oswaldo Juan Zubeldía. Un favor que solo se hacen los amigos, los amigos de verdad.
Les cuesta a las generaciones posteriores comprender cómo dos archirrivales de hoy, no lo eran hasta finales de los 80 cuando el narcotráfico que tenía permeado al fútbol y a la nación colombiana en general se encargara de hacer lo suyo, aunque no toda la enemistad actual entre azules y verdes fue obra de los carteles de la droga ilegal. Pero el origen sí. Lo primero que hay que entender es que fue una jugada maestra de un ajedrecista, sí, pero no cualquier ajedrecista, sino de “el ajedrecista” Gilberto Rodríguez Orejuela, líder de la organización criminal denominada por la DEA Cartel de Cali, propietario con su hermano Miguel del América de Cali, equipo que bajo su poder consiguió 5 títulos consecutivos en Colombia y tres subcampeonatos seguidos de la Copa Libertadores de América en la década de los 80 -irónicamente con la dirección técnica de Ochoa Uribe-.
Por su parte, Millonarios y Nacional para la época también eran regentados por mafiosos -como la mayoría de equipos colombianos-, pero miembros del otro cartel, el de Medellín. Rodríguez Gacha en Millonarios y Escobar Gaviria en Nacional, a través de testaferros diversos controlaban los dos clubes, únicos que podían hacer un contrapeso real a los rojos caleños en sus nóminas, pues como ellos tenían una pléyade de jugadores nacionales y extranjeros de talla mundial, varios de los cuales jugaron mundiales en esa época. Los referidos equipos de Bogotá y Medellín venían quejándose de la forma en que América ganaba los títulos: arbitrajes claramente amañados donde se perjudicó no solo a Millos y a Nacional sino a otros equipos. La guerra de carteles que finalmente estalló, tuvo su repercusión en el fútbol: Escobar dio la orden de secuestrar al árbitro Armando Pérez en Medellín y luego de dos días lo liberó con un mensaje claro: Ni América ni Santa Fe -también con dueños mafiosos de Cali- podían ser campeones. ¿Resultado? Millonarios campeón y Nacional subcampeón de 1988. Pero era el fin de una amistad que ya venía rota y Miguel Rodríguez se encargó de hacerla pedazos. Divide y reinarás, no falla.
Durante 1988 y 1989 la prensa deportiva, mayoritariamente financiada por los Rodríguez Orejuela, y en especial los empleados de ellos en el antiguo Grupo Radial Colombiano se dedicaron, por orden expresa de “don Gilberto”, a incitar una guerra entre sus dos rivales en la cancha y en las calles de Estados Unidos donde vendían su droga. Tuve un espacio arrendado en esa cadena radial durante 1988 y vi de primera mano como fuera de micrófono se comentaba, se diseñaba, se ejecutaba y hasta se gozaba la campaña para convertir definitivamente a los antes amigos en enemigos acérrimos. Lo que empezó en el plano directivo, que podría haberse superado, se trasladó adonde no tiene reversa: las hinchadas.
Chismes de camerino, provocaciones radiales, noticias falsas sobre ofensas de un lado y de otro, fueron la mecha lenta que finalmente llegó al punto de explosión en los octavos de final de la Copa Libertadores de 1989 -ganada finalmente por Nacional- donde los dos favoritos del continente se enfrentaron en juegos de ida y vuelta; los verdes ganaron en la ida en el Atanasio Girardot con gol de finado Albeiro Usuriaga y en la vuelta en El Campín de Bogotá un empate 1-1 -goles de Estrada y Téllez- decretó el paso a la semifinal de los antioqueños, sólo que con un bemol inmenso: el arbitraje del chileno Hernán Silva quien omitió pitar dos claros penaltis en favor de Millonarios. Hoy en día varios documentales han referenciado las presiones y amenazas de los árbitros suramericanos que venían a pitarle a Nacional. ¿O los amenazaba Miguel, para que creyeran que era Escobar? Solo un ajedrecista lo sabe.
Hoy en día no hay narcotraficantes dirigiendo ni a Millonarios ni a Nacional. El primero es propiedad de Grupo Amber, un fondo de inversión francés liderado por el empresario Joseph Marie Oughourlian, y el segundo de la Organización Ardila Lulle cuya cabeza visible en el club es Antonio José Ardila. Sus dineros son limpios y sus logros deportivos también, pero la herencia del narcotráfico ensució para siempre una relación de amigos que, aunque se respeten en las mesas directivas, se odian en las tribunas y en las calles. Ojalá algún día regrese la rivalidad sana y exclusivamente deportiva entre los dos clubes más ganadores del fútbol colombiano. Que la final del sábado termine en paz, gane el que gane.