En el circuito de las fiestas electrónicas argentinas, el consumo de drogas sintéticas como el éxtasis, el LSD, el tusi o “cocaína rosa” y la ketamina se ha vuelto una práctica habitual entre jóvenes y adultos, quienes buscan experiencias de euforia, conexión social y sensaciones intensificadas. El éxtasis, principal protagonista de este fenómeno, actúa rápidamente en el organismo tras ser ingerido, provocando una liberación masiva de serotonina que altera el estado de ánimo, agudiza los sentidos y genera una sensación de bienestar, aunque también implica riesgos serios para la salud física y mental.

El atractivo de estas sustancias, que pueden costar entre 20.000 y 30.000 pesos por dosis, reside en la promesa de un “viaje” sensorial y emocional, pero su origen y composición suelen ser inciertos, lo que incrementa el peligro de efectos adversos graves. Los especialistas advierten que el consumo repetido y el policonsumo —la combinación de varias drogas y alcohol— aumentan el riesgo de cuadros agudos, como convulsiones, hipertermia, deshidratación y, en casos extremos, falla multiorgánica. Además, la variedad de drogas sintéticas disponibles se ha multiplicado en los últimos años, dificultando la respuesta de los sistemas de salud y la capacidad de regulación.

El fenómeno no solo afecta a quienes consumen, sino también a sus entornos familiares, muchas veces ajenos al lenguaje y los códigos de este submundo. Los médicos y especialistas en adicciones destacan que la mayoría de los jóvenes inicia el consumo en contextos de socialización, donde la presión grupal y la búsqueda de nuevas experiencias juegan un papel clave. El tusi, por ejemplo, es una mezcla de sustancias como MDMA, ketamina, cafeína y otros compuestos, cuya composición real suele ser desconocida, lo que incrementa los riesgos de intoxicación.

Las consecuencias a corto y largo plazo pueden ser devastadoras: desde episodios de ansiedad, pánico y brotes psicóticos, hasta daños neurocognitivos irreversibles y accidentes fatales provocados por alucinaciones o pérdida de control. Los expertos subrayan la necesidad de políticas públicas más efectivas y una mayor conciencia social para abordar el problema, ya que la falta de control y prevención agrava una realidad que sigue expandiéndose en el país.