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Fotomontaje: Hacemosmemoria.org
¿Subsistirá el periodismo independiente a los embates del poder? A propósito de la cruzada Gilinski por los medios de Colombia
Por: Germán Cárdenas González
El periodismo en el mundo entero ha estado vinculado, desde sus orígenes, al poder y contrario a los que románticamente lo bautizaron como el cuarto poder ha sido, con honrosas excepciones, un apéndice del poder en sí mismo, ese que tras bambalinas controla los ejecutivos, los legislativos y los judiciales; ah, y al endeble “cuarto poder”, es decir, la información. En Colombia hoy es posible saber con precisión quiénes han sido los propietarios de los medios masivos influyentes a través de la historia, tema que no es central de esta columna, pero tiene un ejemplo clarísimo: una sola familia, la Santos, propietaria durante el Siglo XX del conglomerado editorial denominado casa Editorial El Tiempo, tuvo dos presidentes y un vicepresidente de su dinastía.
Ejemplos que se replican con apellidos que se repiten en esa puerta giratoria entre la política y la información a través de la historia colombiana que, para el que desee ampliar en contexto, recomiendo este documento de Jorge Orlando Melo https://www.banrepcultural.org/exposiciones/un-papel-toda-prueba/la-libertad-de-prensa-en-colombia-su-pasado-y-sus-perspectivas. En la actualidad, con los terremotos permanentes que se dan en el sector por cuenta de los cambios bruscos y frecuentes en las tecnologías, los poderosos han tenido que adaptarse a esos novedosos intercambios con sus audiencias que, como en la actualidad, son engañosos y costosos, pues millones de personas consumiendo un medio digital no se transforman necesariamente en millones de pesos de facturación; pregúntenle a Vicky Dávila si miento.
La máxima económica del marxismo, no siempre interpretada correctamente, reza que si en el edificio “sociedad” se cae la estructura, que es la economía, todas los pisos -cultura, arte, información, etc.- colapsan como consecuencia. En la actualidad, la tecnología se porta como esa bomba implosiva que derriba edificios, no siempre de manera controlada, y se ha convertido en un perverso aliado de esa estructura para actuar como el sistema de sismos que mueve sin compasión los andamiajes de los medios de comunicación masiva, otrora boyantes e impenetrables que soportaban las crisis, las dictaduras, las democracias, los abusos, los yerros y las metamorfosis sin ver afectado su negocio ni su sostenibilidad. Todo eso, gracias a la madre interconexión digital, es historia.
Loa anterior ambienta la tendencia actual en el país donde uno de los grupos económicos más poderosos que conforma la familia Gilinski, dueños ya de la revista Semana y el diario El País de Cali, le apuesta a controlar los principales medios regionales con su ansia por El Heraldo de Barranquilla, tradicional medio de amplia difusión en la costa caribe. No sería raro que las próximas ofertas fueran por El Colombiano de Medellín y Vanguardia de Bucaramanga, ¿o por el diario Q´ubo, de amplia difusión popular en Bogotá y otras capitales? Lo último es especulativo, pero el deseo de Jaime Gilinski, el menor del clan y cabeza visible de los medios del grupo, es monopolizar buena parte de los servicios informativos colombianos.
La estrategia de los banqueros es clara y tiene dos tácticas: una, seguir la línea editorial de Semana manejada sin asco por Vicky Dávila donde se entra de lleno en la polarización política sin mayores miramientos éticos en su afán por constituirse en el medio fundamental de oposición al gobierno Petro y la trinchera mediática de la extrema derecha, y otra, transformar la producción de noticias en la red donde pasan a mejor vida las notas completas, trabajadas, con fuentes verificadas, con redacción impecable para dar paso a lo que anunció el nuevo director de El País de Cali: una nota por hora será la obligación de cada periodista y el único criterio será escribir sobre lo que la tendencia en redes marque, no importa si es un golpe de Estado, una masacre, un partido de fútbol o la flatulencia de un reguetonero en un concierto; todo se mezcla bajo una sola premisa: los clics frenéticos de los usuarios, tan frenéticos como la nueva proliferación de notas banales que están obligados a producir en masa los comunicadores de estos medios.
Los poderosos y su vinculación con los medios es un carrera de siempre: hoy el Grupo Santodomingo controla el Canal Caracol y El Espectador, un medio fuerte y otro débil; la Organización Ardila Lulle controla RCN televisión, RCN radio y el diario La República, un medio fuerte, otro débil y otro muy segmentado; el Grupo Aval de Sarmiento Angulo es dueño de la Casa Editorial El Tiempo quien bajo su batuta perdió todo el liderazgo que tuvo en el Siglo XX y el éxito digital que consiguió en la primera década del siglo actual. Hoy son los Gilinski lo que van por todo y con todo, pero, ¿en la era digital sigue siendo el poder mediático tan decisivo para mantener sus privilegios políticos y económicos?
Sin duda ya no estamos en las épocas donde los Santos de El Tiempo ponían y quitaban presidentes, como decía el mito popular. Con todo el poder que, dicen, tiene ahora Semana, Gustavo Petro logró ser el primer presidente de izquierda en la historia de Colombia a pesar de toda la guerra sucia que desde este medio le tiraron a él y a su campaña. Cabe preguntarse, entonces, ¿por qué el afán de los banqueros caleños por controlar unos medios volátiles ante la opinión pública y que, además, son un negocio incierto que da pérdidas como aún las arroja Semana?
Pregunta que irá respondiendo el devenir convulsionado de la patria, pero que asusta y duele en sus probabilidades porque en este tránsito mediático el que puede salir muy mal herido, de muerte quizás, es el periodismo serio e independiente de Colombia, tanto nacional como regional, y los principales damnificados serán los ciudadanos que estarán expuestos a una unipolaridad informativa mediocre y trivial, con pocas opciones de contrapeso -como Cambio o La Silla Vacía- y con un agravante: un presidente como Gustavo Petro que en vez de ser adalid de la libertad de expresión, ataca todos los días al periodismo libre que lo cuestiona como parte de su labor de servicio público. Es posible que por fin el poder se quite del todo la máscara y se muestre tal cual en los medios que controla. Será la única ventaja porque como canta Serrat “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.